sábado, 26 de julio de 2008

El presidente mundial


Los cerca de 200 mil alemanes que el jueves pasado se congregaron en el Tiergarten para oír al senador Barack Obama son la prueba fehaciente no sólo del encanto y el atractivo personal del candidato demócrata (que convoca multitudes como si fuera una estrella de rock), sino también de la esperanza que los Estados Unidos todavía encarnan para muchos a lo largo y ancho del mundo.

Hay que admitir que Obama lo hizo de forma impecable:  invocó los valores y los ideales compartidos, criticó los recelos que afloran a lado y lado del Atlántico,  se presentó a sí mismo como un simple ciudadano, no sólo de los Estados Unidos, sino del mundo entero, y en la memoria de muchos evocó la imagen de otros norteamericanos (Kennedy, King, Reagan), que también en Berlín pronunciaron palabras capaces de cambiar el curso de la historia.  Mejor dicho, no habló como candidato a la presidencia de su nación, sino como aspirante a la presidencia del mundo:  un cargo sin existencia declarada pero que, en la práctica, muchos quisieran ver a alguien ejerciendo desde Washington, desde donde otrora también se ejerció (por la razón o por la fuerza) el liderazgo del “mundo libre”.

En buena medida, esta nostalgia de un liderazgo global, este anhelo de que alguien venga y ponga el mundo en orden, explican su popularidad.  Lástima que, como están las cosas, esa titánica labor que tantos esperan de él —y de los Estados Unidos— esté aparentemente más allá de sus fuerzas y de sus posibilidades.  +++

(Publicado en El nuevo siglo, lunes 28 de julio de 2008, A16)

martes, 22 de julio de 2008

Cosas de don Daniel


Podría pensarse que a juzgar por sus actitudes del último año, el Comandante Daniel Ortega padece un serio problema de encarnizamiento con Colombia, ya que no pierde ocasión para cebarse en el daño que cree producirle al país con cada una de sus boutades, ya vengan en forma de apología de lo indefendible o elogio de la locura.  Pero el problema de don Daniel es aún más grave, puesto que tras su ensañamiento con Colombia se esconde una profunda herida narcisista que lo lleva no sólo a falsear la realidad, sino a negar el pasado.

Prueba de ello es su decisión de condecorar con la Orden Rubén Darío a Margot Honecker en un solemne acto con motivo de la celebración del XXIX aniversario de la Revolución sandinista.  Como si el muro de Berlín no hubiera caído, y jamás se hubieran develado los crímenes de los que fue responsable el gobierno de su esposo, Eric Honecker, en la extinta RDA, y a los que ella misma como ministra de Educación no fue en modo alguno ajena, don Daniel no tuvo reparos en estrecharla entre sus brazos, mientras ella —conocida en su país como “la bruja púrpura”— sonreía y proclamaba a todo pulmón:  “Larga vida a la revolución, larga vida a Nicaragua”.

Cosas de don Daniel.  Su canciller dijo a propósito que Honecker “es una historia viviente de la historia de la humanidad”.  Y paradójicamente tiene razón.  Pero Ortega es demasiado tozudo como para entenderlo, incluso con ella entre sus brazos.  +++

(Publicado en El nuevo siglo, 23 de julio de 2008, A16)