domingo, 28 de septiembre de 2008

Un dragón amurallado


Algo extraño está pasando en China.  Durante la última década su PIB ha crecido a un ritmo cercano al 10% anual, y es posible que en 2009 desplace a Alemania como principal exportador del mundo, a medida que sus productos de bajo costo inundan todos los mercados.  Ese crecimiento se ha reflejado en un aumento no menos desbordado de su consumo de energía y de su actividad industrial.  Por si fuera poco, acaba de organizar (y ganar) los Juegos olímpicos en medio de un derroche de espectacularidad y sofisticación sin precedentes.   Y antier el astronauta Zhai Zhigang hizo ondear la bandera china en el espacio exterior luego de enviar un contundente mensaje a sus compatriotas (y acaso al mundo entero también):  “el Partido y el pueblo van a cumplir la tarea con éxito”.

Mientras tanto, la cifra de niños intoxicados por consumir leche contaminada ha superado los 50 mil, y varios países han tomado precauciones frente a lo que parece ser un episodio más de la “saga de intoxicaciones” protagonizada por productos chinos, desde juguetes hasta medicamentos.

Esa debería ser una razón suficiente —por no hablar de la incontenible pobreza, la disparidad del desarrollo humano, y el deterioro ambiental que China padece y provoca— para disuadir a los profetas de una inminente primacía china a escala global.  China es, ciertamente, un dragón.  Pero por ahora es un dragón amurallado, al que le falta aún un largo trecho por recorrer antes de romper el yugo que le imponen sus propias contradicciones.  +++

lunes, 22 de septiembre de 2008

Pitirrusos

Un pitiyanqui es un imitador servil de las costumbres estadounidenses.  El término, acuñado en Puerto Rico, pero usado sobre todo en Venezuela, ha sido recientemente incorporado al vocabulario de uso frecuente del presidente Hugo Chávez, donde compartirá honores con otros vocablos, menos elaborados quizá, pero igualmente sonoros, que harán las delicias de la poética chavista.

Habría que preguntarle si también hay pitirusos, sobre todo ahora que ha llegado a la conclusión de que el desarrollo, la paz, e incluso las vidas de los latinoamericanos, dependen de amigos como Rusia.  Dirá que no, seguramente, porque según su lógica implacable, Putin no huele a azufre, Moscú jamás ha tenido ambiciones imperiales, la de Osetia y Abjasia fue una intervención humanitaria, y además, Rusia queda muy lejos como para ensañarse con los sufridos pueblos latinoamericanos como lo han hecho los yanquis durante tanto tiempo.

Y puede que en algo tenga razón:  Rusia queda demasiado lejos, y no habrá ejercicio naval conjunto, ni efervescente compra de armamentos, ni alianzas energéticas que compensen esa realidad, tanto geográfica como geopolítica.  Quizá los rusos jueguen un poco a enrarecer el ambiente, a irritar a Washington —como los yanquis hacen a veces en el espacio postsoviético—, mientras Chávez eleva el color de su retórica; pero saben que no deben ir más lejos, para no arriesgar una de las metas de su política exterior:  que se reconozca que existen zonas de influencia que las potencias deben respetarse recíprocamente, ya sea en el Caribe o en el Cáucaso.  +++

domingo, 14 de septiembre de 2008

No hay paz que valga en Bolivia


Por una de esas ironías de la historia, las noticias que llegan desde la capital boliviana presagian cualquier cosa, menos el pronto retorno de la tranquilidad y la normalidad al país andino que parece debatirse entre un mundo ya muerto —el del viejo e incontestado dominio de los cambas (mestizos)— y otro aún incapaz de nacer —el del modelo indigenista, pero no autonómico, del coya Morales y su vía boliviana al socialismo.

Y la verdad es que por ahora no hay paz que valga en Bolivia.  Ni la que pueda ofrecer eventualmente el gobierno, desistiendo de detener al prefecto de Pando; ni la que puedan prometer los líderes opositores del Consejo nacional democrático, que han accedido a levantar el bloqueo de las principales carreteras del país.  Tampoco la que pueda promover el inoportuno intervencionismo chavista; ni la que por mejores intenciones que tenga, pueda impulsar la cumbre de Unasur en Santiago.  El problema boliviano es estructural y no coyuntural.

El frágil aparato estatal boliviano se está desmoronando al fragor de los masivos levantamientos autonomistas, en medio de un clima de creciente crispación social y de enconada tensión entre las clases altas y las nuevas élites indigenistas, mientras los unos recelan de Caracas y los otros acusan a Washington.  Unos ingredientes cuya mezcla ha resultado siempre explosiva, y que hacen inevitable evocar, sin ser apocalípticos, a Theda Skocpol, que tras estudiar juiciosamente las revoluciones llegó a la conclusión de que éstas nunca se hacen, sino que simplemente ocurren cuando pueden.  +++

domingo, 7 de septiembre de 2008

La conversión de un canalla

En la jerga del Departamento de Estado de los EE.UU un “Estado canalla” (rogue state) es aquel que no respeta las reglas del juego y que, por lo tanto, representa una amenaza potencial para la paz y la seguridad internacionales.  Un gobierno dictatorial, un profuso historial de violaciones a los derechos humanos, el patrocinio de organizaciones terroristas, y el desarrollo de armas de destrucción masiva, parecen ser los criterios básicos que debe cumplir quien aspire a merecer la etiqueta.

Como a los canallas de a pie, a los díscolos del sistema internacional hay que disciplinarlos, reducirlos al orden antes de que sea muy tarde.  A veces, Washington lo hace a punta de garrote (como con los talibán y con Hussein); otras con zanahoria (como ha intentado hacerlo con Corea del Norte); y otras con paciencia, contundencia y discreción.

Tal es el caso de Libia, “canalla” por antonomasia, que ahora parece volver al redil, y no por mérito de los bombarderos norteamericanos, ni por cuenta de la satanización mediática del régimen de Gaddafi; sino gracias a una afortunada conjunción de factores, uno de los cuales —y no el menos importante— ha sido la aplicación de una estrategia coherente y sostenida de sanciones y aislamiento internacional ante la cual el gobierno de Trípoli, finalmente, ha tenido que ceder.

Y aunque siga siendo un “Estado paria” en muchos aspectos, hay que agradecer la conversión de Libia:  es uno de los pocos aportes que ha hecho la política exterior de Bush a la estabilidad mundial.  +++