sábado, 25 de octubre de 2008

Los Señores de la libertad


A pesar de que muchos la consideren una institución anacrónica, estamental y antidemocrática, que más valdría guardar de una vez por todas en las páginas de los libros de historia (junto con las pelucas, capas, coronas, báculos y espadas que sus miembros —los Señores espirituales y temporales del Reino— portan aún en las solemnidades), la Cámara de los Lores del parlamento inglés acaba de justificarse —por largo rato, ojalá— al forzar al gobierno laborista a retirar una propuesta de ley que ampliaba a 42 días el término de detención preventiva (sin formulación de cargos) para los sospechosos de terrorismo.

La genial idea, que los Lores consideraron “innecesaria, indeseable e impracticable”, habría supuesto el más contundente triunfo de los mismos terroristas cuya actividad estaba destinada, presuntamente, a contener.  A fin de cuentas, Al Qaeda ha dejado en claro más de una vez que su aspiración final (y escatológica) es la destrucción de Occidente:  algo difícil de lograr por medio de bombas y suicidas, pero relativamente fácil de obtener si las sociedades liberales renuncian, víctimas del miedo y de la paranoia, a la defensa de sus ideales y valores más propios, como la inacabada aspiración a desterrar del ejercicio del poder la tentación de la arbitrariedad.

Por fortuna, los Lores supieron preservar el patrimonio de la nación que se inventó el habeas corpus.  Un patrimonio cuya defensa es la mejor estrategia para enfrentar y derrotar la amenaza terrorista dondequiera que ésta emerja y quiera ensañarse con la libertad.  +++

domingo, 19 de octubre de 2008

El justiciero

No se le puede reprochar a nadie sentir la tentación de la fama.  Todos los hombres, a fin de cuentas, requieren algún tipo de reconocimiento por parte de sus semejantes para realizarse plenamente como personas:  esse est percipi, dijo George Berkeley.  Pero sí se puede reprochar la irresponsable obsesión con la que algunos persiguen la fama sólo por atender las exigencias su insaciable narcisismo.

Tal es el caso del juez español Baltasar Garzón, conocido en todo el mundo por los procesos que ha intentado contra narcotraficantes, capos de la mafia rusa, dictadores retirados y políticos en ejercicio; y más recientemente, por ordenar la exhumación de García Lorca y armar un sumario contra Franco y 34 jefes nacionalistas (todos ya fallecidos) por los delitos de insurrección y desapariciones forzadas, cometidos al fragor de la Guerra civil.

Otro sumario-suflé, dicen los españoles, porque el justiciero universal es tan buena vedette mediática como mal instructor de procesos.  Otra chapuza jurídica que en vano paga España con polarización, crispación y renovados resentimientos.  Otra muestra de su megalomanía, que contrasta con la respuesta del Nobel de Paz, Martti Ahtisaari, cuando se le preguntó su opinión al respecto: “Es muy fácil criticar a otros desde fuera. Pero, estando aquí sentado, no podría jurar que soy una persona tan recta que, si hubiera nacido en Suráfrica, habría elegido el bando bueno y habría resistido la opresión. Y me da miedo pensar qué habría hecho si hubiera nacido en los años treinta en Alemania.”  +++

lunes, 13 de octubre de 2008

Al fragor de la crisis


Una crisis como la que atraviesa la economía mundial da para todo, y especialmente, para exacerbar los milenarismos de nuevo cuño y alimentar la imaginación —ávida de catástrofes— de los más literales exégetas del Apocalipsis.

Unos han dicho que “el capitalismo ha llegado a su fin”, como el sociólogo Immanuel Wallerstein, que en una interesante entrevista publicada por Le Monde el pasado domingo señalaba además que la crisis actual coincide con la terminación de un ciclo político global, el de la hegemonía norteamericana, cuyo declive habría empezado ya en los años 70.  Otros, sin la solidez argumentativa de Wallerstein (gracias a la cual sus hipótesis pueden ser honestamente debatidas), han afirmado sin sonrojarse que como consecuencia de la crisis, la economía del futuro será una economía planificada à la manière soviétique, regida acaso por un Gosplan de alcance global en reemplazo de las anacrónicas y desprestigiadas instituciones de Bretton Woods.

Lo cierto es que al fragor de la crisis se vienen diciendo muchas cosas.  Tantas, que en medio de semejante algarabía cualquiera se siente facultado para hacer profecías y resucitar oprobiosos fantasmas del pasado.  Por eso no falta quien evoque la planificación soviética como la panacea, desconociendo que mientras el capitalismo ha sobrevivido más de una crisis, adaptándose y transformándose (no sin sobresaltos), el modelo soviético, artificioso y ficticio, no fue capaz de resistir el envite de la realidad y de la historia, como tampoco lo serán sus reediciones, no importa la portada que se pretenda usar para encubrirlo.  +++

miércoles, 8 de octubre de 2008

Reprobado


A veces parece que el mundo fuera un estudiante díscolo y flojo, que acumula logros pendientes y apuesta a recuperarlos todos en la última semana, confiado en pasar al curso siguiente por obra y gracia de la promoción automática.

Por ejemplo, en materia política es innegable el reflujo de la ola de democratización que se inició en los 70 y que en 1991 se creyó definitiva; y por si fuera poco, la libertad parece estar en retirada, incluso allí donde se inventaron el liberalismo.  En el campo de la seguridad, aunque los grandes conflictos sean hoy una rareza, nuevas amenazas emergen cada día sin que sea claro cómo contenerlas sin provocar un caos aún mayor.  Y la economía mundial exhibe un desastrado aspecto de resaca, mientras que algunas zonas del planeta dan la impresión de requerir mil años más para cumplir con las metas de desarrollo del milenio.

Pero el mundo no puede apostar su futuro a la promoción automática, y cada logro aplazado se añade a un fardo que, tarde o temprano, no habrá quién pueda llevar.  El de la historia, infortunadamente, es un curso que no se puede repetir…

*  *  *

Con tanta noticia aterradora (la resistencia de Al-Qaeda, el chantaje norcoreano, la voracidad de los piratas somalíes, y la quiebra de los bancos de inversión), qué alentador resulta leer "El hombre de diamante", la última novela de Enrique Serrano:  una lectura obligada, para consuelo del alma, en medio de las actuales angustias del mundo. +++