martes, 23 de febrero de 2010

Buenos golpistas


A veces se echa de menos la claridad de otras épocas, cuando los “revolucionarios” eran coherentes y uno sabía a qué atenerse con ellos, cuando las alineaciones en la política mundial se conocían de antemano y se verificaban sin sorpresas, y cuando era fácil etiquetar los personajes, las ideas y los acontecimientos. Mejor dicho, épocas en que todo era más o menos predecible, y los prejuicios y los axiomas ayudaban a entender el mundo y a asumir una posición frente a él sin mayores esfuerzos.

Eran épocas en que estaba claro que democracia y golpes de Estado eran absolutamente incompatibles. Ningún demócrata habría aprobado jamás un golpe, convencido además —como si se tratara de un dogma— de que todo putsch carece de legitimidad y deriva inevitablemente en dictadura.

Pero el mundo está fuera de quicio (como decía Hamlet), y aparece a veces, en Tegucigalpa o Niamey, una inesperada variedad de “buenos golpistas”. Golpistas que reaccionan frente a los ardides perpetuacionistas y maromas constitucionales de algunos gobernantes, frente a la disolución de los parlamentos y la clausura de los tribunales; y se toman el poder con la promesa de restablecer la democracia y el orden institucional, no sólo con la fuerza de los fusiles, sino con el apoyo masivo de partidos políticos, sindicatos, e incluso de organizaciones de derechos humanos.

Ojalá el Consejo Supremo para la Restauración de la Democracia le haga honor a su nombre, como los nigerinos lo esperan. Y ojalá sean tan buenos golpistas, como pésimo demócrata era el depuesto presidente Mamadou Tandja. +++

lunes, 15 de febrero de 2010

Un imperialismo benévolo


En un polémico artículo de 2002, el diplomático inglés Robert Cooper hizo apología de lo que entonces llamó “el imperialismo liberal”: un imperialismo de nuevo cuño, adecuado a un mundo regido por los derechos humanos y los valores del cosmopolitismo. Esta versión consensuada y multilateral del imperialismo buscaría llevar orden y estabilidad a zonas del globo que aún viven en medio de un caos premoderno y hobbesiano, donde la violencia es una forma de vida, el gobierno una ficción, y el Estado un completo fracaso.

Después del terremoto y de cara al futuro de Haití, vale la pena repasar estas ideas, con el fin de evitar que la avalancha de solidaridad —la condonación de la deuda por parte del G7, el fondo de ayudas de Unasur, los recaudos de conciertos y caridades alrededor del mundo, y las donaciones de espontáneos filántropos— acabe convertida en un carnaval de corrupción, desgreño y despilfarro.

En efecto, dada su endémica debilidad institucional, la ayuda a Haití no puede ser incondicional, sino que debe estar sometida a un riguroso monitoreo y control internacional, incluso aunque ello implique una intervención más profunda en la gestión de algunos asuntos domésticos, y por lo tanto, el acotamiento de su soberanía. Sin incurrir en ningún tipo de colonialismo, quizá sea el momento de ensayar un imperialismo benévolo —como el sugerido por Cooper—, que con el protagonismo dinámico de los haitianos (especialmente, los de la diáspora), encauce la reconstrucción del país y le permita superar no sólo la tragedia sino también el pasado. +++

miércoles, 10 de febrero de 2010

La burbuja china


“¿China se siente más fuerte? Pues la verdad es que sí.” Esa fue la confesión del canciller Yang Jiechi en la Conferencia de Múnich sobre Seguridad. Y no le faltan razones para decirlo con desparpajo: a fin de cuentas, si se cumplen los pronósticos de Robert Fogel (Nobel de Economía en 1993), en treinta años la economía china alcanzará los 123 trillones de dólares y representará el 40% del PIB mundial, mientras las economías occidentales (EE.UU, UE y Japón) sumarán apenas un modesto 21%.

Todo parecería indicar, entonces, que hay que apostarle a China, que hay que contar con China, y que el futuro tendrá la impronta del dragón y hablará mandarín. ¿Podrían acaso resolverse sin China —o al margen de ella— problemas como el calentamiento global, la estabilidad financiera mundial, o las ambiciones nucleares de Teherán y Pyongyang?

Sin embargo, lo de China puede acabar siendo otra burbuja especulativa, resultado de una especie de “miopía economicista”. El dinámico crecimiento chino no es forzosamente irreversible y puede verse afectado por variables políticas, sociales y culturales, tanto internas como externas —y algunas incluso intermésticas. Está por verse si China logra resolver sus contradicciones internas (entre la China amarilla rural, agraria y pobre, y la China azul urbana, industrial-mercantil y consumista), y qué tan resistente es su sistema político a los cambios socioculturales asociados al desarrollo económico y al impacto de la globalización.

A pesar de la euforia y la sinomanía, es mejor ser prudentes. El dragón aún tiene que terminar de aprender a volar. +++