jueves, 29 de abril de 2010

Un país descuadernado

“Bélgica se evapora”, “Bélgica se divorcia de sí misma”, decía la prensa en 2007, año en que el país batió su propia marca al completar casi siete meses sin gobierno —vale decir, con uno interino, sin respaldo parlamentario e incapaz de gobernar más allá de los affaires courantes y las cuestiones urgentes. Tres años después, y luego de un par de gobiernos de coalición (bastante chapuceros), el diagnóstico es aún más severo. Sin ningún pudor, la semana pasada algún periódico incluso tituló: “Bélgica en guerra, los flamencos arremeten contra la invasión de los valones”.

Resulta paradójico que todo funcione en Bélgica, salvo el Gobierno. Mientras tanto, el colapso institucional da pábulo a fuerzas centrífugas, a reivindicaciones nacionalistas y a recelos chovinistas. ¿Quién tiene la culpa de la “libanización” belga? ¿Acaso los ingleses, que se inventaron el país de la nada en 1830, mutilando a Francia por aquí y a los Países Bajos por allá? ¿A qué horas se descompuso el delicado mecanismo que permitió a flamencos y valones convivir en un Estado que llegó a inspirar admiración y envidia, tanto por la estabilidad de su modelo político como por la riqueza de sus habitantes? Son acaso las reformas federalistas que alcanzaron su cenit en 1993 las responsables de la crisis de gobernabilidad?

Algunos hablan de pasar del federalismo a la confederación para evitar el descuadernamiento del Estado. Es una apuesta arriesgada, pero que tal vez valga la pena ensayar, no sólo en Bélgica, sino en otras latitudes donde Estados menos sólidos y funcionales sufren males semejantes. +++

domingo, 18 de abril de 2010

Una habitación propia (y con vista)


El recién conocido informe final de la Misión de Política Exterior, conformada por colombianos de reconocida trayectoria en la teoría y en la práctica de la materia, y en la que participaron también algunos asesores y lectores extranjeros, vuelve a poner sobre la mesa la imperiosa necesidad de que el país abandone algunas taras endémicas, que a lo largo de las últimas décadas le han impedido encontrar —para emplear dos formidables títulos de V. Woolf y E.M. Forster— una habitación propia (y con vista) desde la cual proyectarse en el complejo (pero también promisorio) escenario internacional del siglo XXI.

Esto resulta doblemente oportuno en la actual coyuntura nacional. Por un lado, es necesario hacer el balance de ocho años de una diplomacia que algunos no dudarían en calificar de “finquera”; y que en todo caso, ha sido monotemática, unidireccional, esencialmente reactiva, y con mucha frecuencia improvisada. Por el otro, ya es hora de que en el debate presidencial, hasta ahora tan insulso y plagado de lugares comunes, se discuta también la oportunidad que tiene Colombia, en medio de los cambios que se registran en el escenario global y regional, y en su propia situación interna, para dar un viraje a sus relaciones internacionales y formular una nueva estrategia de relacionamiento con el mundo.

Quizás la Misión no haya podido evitar repetir algunas perogrulladas, y tal vez peque de ingenuidad en temas como el de Venezuela. Pero son muchos más sus aciertos y sus aportes. Ojalá que este esfuerzo encomiable no acabe perdido en un recóndito anaquel de la Cancillería. +++


N.B. Para consultar el informe completo, haga click aquí.

martes, 13 de abril de 2010

Tulipanes marchitos



Hace cinco años una ola de manifestaciones sacudió los cimientos autoritarios, corruptos, y opresivos de varios Estados del espacio post-soviético, en los que el despotismo de la antigua URSS pareció conservarse intacto contra todo pronóstico, e incluso refinarse, luego de su disolución en 1991.

Una rápida asociación se estableció entonces entre los levantamientos populares de Ucrania, Georgia y Kirguistán, y la experiencia checoslovaca de la Revolución de Terciopelo. Se habló de lo ocurrido en éstos países como Revolución Naranja, Revolución de las Rosas, y Revolución de los Tulipanes —respectivamente—, con la esperanza de que a semejanza de los acontecimientos de 1989 en Checoslovaquia, allanaran el camino a una transición pacífica hacia la democracia y el libre mercado, con lo que ello implicaba, forzosamente, de emancipación definitiva: tanto del pasado comunista como de la perenne tutela moscovita.

¿Qué queda de todas estas expectativas? La imprudencia y la temeridad de Saakashvili condujeron, el verano de 2008, al desmembramiento de Georgia; y Osetia y Abjasia son hoy heridas abiertas que aún nadie acierta cómo —ni Rusia deja— restañar. En Ucrania el fraudulento candidato que aquella revolución depuso, Yanukóvich, fue proclamado vencedor de los comicios de enero pasado —para gusto de Rusia. Y en Kirguistán, el presidente Bakiev acaba de correr la misma suerte de su denostado predecesor, Akaiev, cuyo régimen monocrático y vertical acabó prácticamente replicando, para ser sustituido por un gobierno que Rusia considera —ahora sí— de “confianza popular”.

¡Qué extraño gusto tienen algunas naciones por repetir indefinidamente el pasado! Y qué difícil es para otras dejar nacer el futuro. +++

martes, 6 de abril de 2010

Lecciones suicidas



Los recientes atentados terroristas perpetrados en Moscú y sus réplicas casi inmediatas reiteran varias lecciones que líderes políticos, estrategas y operadores de seguridad deberían haber aprendido hace tiempo, y que no pueden seguir ignorando, si realmente aspiran a tener éxito en la lucha global contra el terrorismo:

(1) Las respuestas puramente militares son insuficientes, y a veces, contraproducentes, tal como lo demuestran la experiencia norteamericana en Afganistán y la rusa en Chechenia. El del terrorismo, a pesar de la tendencia que tienen sus manifestaciones contemporáneas a adoptar una lógica de guerra, no es en esencia un problema militar.

(2) Existen varios tipos de terroristas suicidas: algunos están impulsados por el fanatismo religioso, otros por el nacionalismo radical, otros son forzados y explotados por sus comunidades y por los grupos terroristas que operan en ellas, y otros, finalmente, actúan motivados por una pulsión personal de venganza. Cada tipo representa un problema distinto y exige una estrategia de contención específica.

(3) El terrorismo contemporáneo es un fenómeno complejo e interconectado, de raíces profundas y larga duración. Lo ocurrido tiene que ver con la represión sovieto-comunista en Asia Central, la invasión a Afganistán en 1979, la respuesta manu militari al separatismo checheno, y la anúteba universal de Al Qaeda, tanto como con la ira de las viudas negras, la radicalización de los jóvenes en el Cáucaso y la vulnerabilidad del metro moscovita.

El catálogo es largo. Pero para empezar, una reflexión sobre estas tres le haría mucho bien a los rusos, antes de que se repitan los errores del pasado. +++

jueves, 1 de abril de 2010

El START-azo



Una semana exitosa acaba de tener el presidente Obama, al apuntarse no sólo el histórico logro de obtener en el Congreso norteamericano la aprobación de la reforma sanitaria (aún a pesar de la airada reacción republicana a nivel estadual), sino al perfeccionar con los rusos un nuevo acuerdo sobre reducción de armas estratégicas, que a pesar de sus limitaciones, contribuye significativamente a reactivar el proceso de desarme, estancado desde 2002; y que, si bien no afecta sustancialmente la capacidad nuclear actual de las partes, constituye un paso obligado en el largo camino hacia la desnuclearización mundial a la que aspira.

En efecto, el impacto del nuevo tratado no puede subestimarse. Por un lado, porque implica en la práctica el relanzamiento (evocado por Hillary Clinton en su primera oficial a Moscú) de las relaciones ruso-norteamericanas, deterioradas como tantas otras cosas bajo la administración Bush II. Y también, porque contribuye a reforzar el régimen internacional nuclear que desafían, hoy por hoy, Teherán y Pyongyang, y del que están al margen India, Israel y Paquistán. Puede que incluso estimule la creatividad y la buena voluntad de los negociadores en la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación en mayo próximo, de forma tal que algo se avance en la necesaria adecuación de las reglas establecidas en 1968 al turbulento escenario del siglo XXI.

Tal vez el nuevo START no sea, a diferencia de la reforma sanitaria, a big fucking deal. Pero es un trato; y es posible quizás que en verdad, no solamente de nombre, represente un nuevo comienzo. +++