Ahora que la Corte Penal Internacional ha ordenado la detención de Omar Al-Bashir, cabe preguntarse cuánto tiempo tardará el general sudanés en pasar de presidente en Jartum a presidiario en La Haya.
No sucederá muy pronto. A menos claro, que se entregue voluntariamente; que sea capturado en un tercer Estado; que sea depuesto por un golpe de cuartel y entregado a la justicia internacional como chivo expiatorio por sus sucesores —tan responsables como él, seguramente, de los crímenes que se imputan; o que el Consejo de Seguridad ordene una intervención militar para dar cumplimiento a la providencia de la Corte.
Pero Al-Bashir no va a entregarse, y será muy cuidadoso a la hora de planear sus viajes al extranjero, evitando los destinos riesgosos y prefiriendo los puertos seguros. Amigos, a fin de cuentas, no le faltan: China, por ejemplo, su principal proveedor de armas, y partidario —como la Unión Africana— de que el Consejo de Seguridad pida a la Corte suspender la investigación en su contra.
¿Y si lo derrocaran sus propios secuaces? Se convertiría Al-Bashir en un trofeo para los golpistas, dispuestos a entregarlo a cambio de ver su propia impunidad garantizada? Y si no es así, ¿quién en el mundo estará dispuesto a sufragar una intervención, por quirúrgica y humanitaria que sea, con todas sus implicaciones e imprevisibles consecuencias?
Y mientras nada de esto ocurre, ¿cuándo cambiará la suerte de la gente en Darfur? Porque eso es lo importante. Todo lo demás es retórica: puro y vano legalismo. +++
1 comentario:
De acuerdo con usted, especialmente con su conclusión.
Como en la mayoría de los casos, la gente del común será siempre la más afectada; de hecho, su suerte está cambiando pero para peor, vea como Al-Bashir ya está poniéndole más trabas a la ayuda humanitaria.
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