En un polémico artículo de 2002, el diplomático inglés Robert Cooper hizo apología de lo que entonces llamó “el imperialismo liberal”: un imperialismo de nuevo cuño, adecuado a un mundo regido por los derechos humanos y los valores del cosmopolitismo. Esta versión consensuada y multilateral del imperialismo buscaría llevar orden y estabilidad a zonas del globo que aún viven en medio de un caos premoderno y hobbesiano, donde la violencia es una forma de vida, el gobierno una ficción, y el Estado un completo fracaso.
Después del terremoto y de cara al futuro de Haití, vale la pena repasar estas ideas, con el fin de evitar que la avalancha de solidaridad —la condonación de la deuda por parte del G7, el fondo de ayudas de Unasur, los recaudos de conciertos y caridades alrededor del mundo, y las donaciones de espontáneos filántropos— acabe convertida en un carnaval de corrupción, desgreño y despilfarro.
En efecto, dada su endémica debilidad institucional, la ayuda a Haití no puede ser incondicional, sino que debe estar sometida a un riguroso monitoreo y control internacional, incluso aunque ello implique una intervención más profunda en la gestión de algunos asuntos domésticos, y por lo tanto, el acotamiento de su soberanía. Sin incurrir en ningún tipo de colonialismo, quizá sea el momento de ensayar un imperialismo benévolo —como el sugerido por Cooper—, que con el protagonismo dinámico de los haitianos (especialmente, los de la diáspora), encauce la reconstrucción del país y le permita superar no sólo la tragedia sino también el pasado. +++
1 comentario:
Haiti, lamentablemente, ha sido un pais afectado por la corrupcion. Sin embargo, esta tragedia le da a los haitianos la oportunidad de volver a empezar de cero, y asi, poder reconstruir su nacion, ojala, sin corrupcion y sin ninguno de los males que los han perjudicado en el pasado.
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