En el último número de Foreign Policy se sugiere concederles un bailout a los economistas, pues a fuerza de imprevisión (o negligencia) su credibilidad ha sido la primera en derrumbarse como consecuencia de la debacle económica global, al fragor de la cual diversos gobiernos han aprobado planes de rescate para los bancos, el sector automotriz, y los deudores hipotecarios; mientras que también la industria editorial y la pornografía han reclamado cada una lo suyo: un salvamento que les permita sortear una crisis que se promete profunda, intensa y prolongada.
A ellos deberían sumarse algunos gobiernos. Primero fue el de Islandia —que pasó de ser el país más feliz al más quebrado del mundo. El viernes pasado, mientras se desplomaban los mercados bursátiles, sucumbió el gobierno de Letonia. Y quién sabe cuál será el próximo, luego de dos meses de protestas y disturbios en París, Londres, Atenas, Budapest y Kiev; a propósito de lo cual Dominique Strauss-Kahn, director del FMI, no ha gastado eufemismos para advertir que la crisis financiera podría causar agitación “prácticamente en todo el mundo” y que el ambiente político en algunas naciones “podría empeorar en los próximos meses”.
Hay que estar precavidos. Las situaciones desesperadas conducen con frecuencia a remedios desesperados. Y en las condiciones actuales, las viejas tentaciones del pasado pueden revivir con toda su engañosa fuerza persuasiva.
Glosa. Clinton in China: “Los derechos humanos no pueden interferir con la crisis económica global, el cambio climático y la crisis de seguridad”. ¿El cambio según Obama? +++
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