A veces se echa de menos la claridad de otras épocas, cuando los “revolucionarios” eran coherentes y uno sabía a qué atenerse con ellos, cuando las alineaciones en la política mundial se conocían de antemano y se verificaban sin sorpresas, y cuando era fácil etiquetar los personajes, las ideas y los acontecimientos. Mejor dicho, épocas en que todo era más o menos predecible, y los prejuicios y los axiomas ayudaban a entender el mundo y a asumir una posición frente a él sin mayores esfuerzos.
Eran épocas en que estaba claro que democracia y golpes de Estado eran absolutamente incompatibles. Ningún demócrata habría aprobado jamás un golpe, convencido además —como si se tratara de un dogma— de que todo putsch carece de legitimidad y deriva inevitablemente en dictadura.
Pero el mundo está fuera de quicio (como decía Hamlet), y aparece a veces, en Tegucigalpa o Niamey, una inesperada variedad de “buenos golpistas”. Golpistas que reaccionan frente a los ardides perpetuacionistas y maromas constitucionales de algunos gobernantes, frente a la disolución de los parlamentos y la clausura de los tribunales; y se toman el poder con la promesa de restablecer la democracia y el orden institucional, no sólo con la fuerza de los fusiles, sino con el apoyo masivo de partidos políticos, sindicatos, e incluso de organizaciones de derechos humanos.
Ojalá el Consejo Supremo para la Restauración de la Democracia le haga honor a su nombre, como los nigerinos lo esperan. Y ojalá sean tan buenos golpistas, como pésimo demócrata era el depuesto presidente Mamadou Tandja. +++
1 comentario:
Ciertamente, la falta de certezas, de certidumbres, genera nostalgías de esos tiempos, no tan lejanos; sabiamos quienes eran los buenos y quienes los malos, el mundo se podía ver en blanco y negro.
Podemos esperar para Níger la misma falta de claridad y de certezas.
Mery C-A
Publicar un comentario