Si algo decepciona al leer los programas de gobierno de los principales aspirantes a la Presidencia es la pobreza de sus propuestas en materia de política exterior y relaciones internacionales. Predominan en ellas los lugares comunes, las simplificaciones rampantes y las confusiones conceptuales, sazonado todo con dosis variables de ingenuidad o paranoia. Por ejemplo, cuando se trata de la opción por la multilateralidad y de las relaciones con los países vecinos, o de defender al Estado colombiano de la Corte Penal Internacional (?).
Se echa de menos una propuesta modesta y realizable, realista pero audaz, tan ambiciosa como mensurable, y sobre todo, cuyo impacto práctico favorezca de forma directa a la ciudadanía. Una que amplíe la posibilidad de que los colombianos del común participen y se beneficien de las oportunidades que ofrece un mundo globalizado e interdependiente.
En ese sentido, sorprende que ninguna campaña ofrezca algo elemental: diseñar y ejecutar con éxito una estrategia orientada a reducir sustancialmente el viacrucis que deben sufrir los colombianos a la hora de viajar al extranjero, por cuenta de la exigencia indiscriminada de visados: no sólo por parte de EE.UU y Europa, sino también de Afganistán, Lesotho, México e incluso Kosovo y Somalia. Una herencia nefasta del narcotráfico que sucesivos gobiernos han aceptado sin rechistar, y que limita sustancialmente la inserción del país y de sus nacionales en el mundo.
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