miércoles, 2 de junio de 2010

Cumbre pírrica



Si las victorias pírricas son aquellas en que el aparente vencedor consigue un triunfo que no compensa el alto precio que paga por ello, una cumbre pírrica sería —en el foro diplomático— uno de esos solemnes encuentros internacionales convocados para tratar algún asunto de importancia (como las pretensiones de Hitler sobre Checoslovaquia), en las que el presunto éxito (como el famoso papelito que Chamberlain blandía al regresar de Múnich) esconde en realidad un rotundo fracaso (como la invasión posterior, y aún más, la II Guerra Mundial).

Esto puede decirse de la recién concluida Conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear celebrada en Nueva York. Aunque aparentemente no se ha repetido el fiasco de la conferencia de 2005 —frustrada por un falso dilema entre la necesidad de asegurar la no proliferación y la búsqueda del desarme—, hay razones para mirar con escepticismo el principio de acuerdo alcanzado para establecer, en 2012, una zona desnuclearizada en Oriente Medio.

Tal objetivo no se logrará guardando un cómplice silencio sobre el programa nuclear iraní, ni permitiéndole a Ahmadineyad ganar tiempo al amparo de una inconsulta gestión de Brasil y Turquía. Esos países, por ambición o ingenuidad, han terminado sirviendo de idiotas útiles al régimen de Teherán. Y mientras tanto, allí se pronuncia a diario la anúteba contra Israel, se patrocina el fundamentalismo islámico, y se asfixia lentamente a la sociedad civil bajo la férula de los ayatolas. Desconocer estos hechos —como ha pasado en la Cumbre— quizá facilite los consensos. Pero encubrir los problemas no equivale a resolverlos. +++

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