Se celebra este año no sólo el bicentenario de la independencia de varios Estados latinoamericanos, sino los cincuenta años de independencia, también, de algunas naciones africanas. Es el momento oportuno para releer a Kipling (“The White Man’s Burden”), a Conrad (“El corazón de las tinieblas”), y también a Fanon (“Los condenados de la tierra”), y hacer un balance de lo que estas cinco décadas han significado para los pueblos de África, muchos de los cuales viven hoy sometidos a regímenes cuyas crueldades y desmanes (en Zimbabue, Eritrea, Guinea o Darfur) harían palidecer al más feroz de los colonos de antaño.
También se podría aprovechar la ocasión para pedir un par de regalos para ese continente, con la esperanza de que en un futuro cercano logre ya no la independencia sino también la libertad, ya no la emancipación sino la justicia.
Habría que pedir nuevos líderes, que estén a la altura del destino que merecen sus pueblos. Es una vergüenza que por segundo año consecutivo se haya declarado desierto el premio Mo Ibrahim —el premio individual de mayor dotación económica del mundo, creado para exaltar la labor de ex líderes africanos que establezcan ejemplos de gobiernos honestos y democráticos. Y habría que pedir también que las potencias, viejas y nuevas, dejen de hacer pactos con el diablo, con Mugabe, Gaddafi, Obiang y compañía, a quienes dejan hacer a voluntad a cambio de millonarios contratos de explotación de recursos y de compra de armamentos.
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