En tan sólo siete años la tasa de mortalidad superará la de natalidad en el conjunto de la Unión europea. Eso marcará un punto de inflexión en su historial demográfico y señalará la entrada de Europa en la “tercera edad”, a medida que se eleva la esperanza de vida, disminuye el número de nacimientos y se estrecha la proporción entre población económicamente activa y población jubilada. Tal es la conclusión contundente del último informe de Eurostat, la agencia europea de información estadística, sobre las tendencias demográficas del continente: la Europa del futuro será una Europa envejecida.
Y la vejez, como dicen los que saben, no viene sola. La Europa del futuro será también achacosa. El engrosamiento de la población mayor dejará sentir su impacto no sólo en los sistemas de seguridad social, sobrecargados por una creciente demanda (tanto en salud como en pensiones) difícil de financiar con base en los esquemas actuales. La mayor exigencia de recursos en estos rubros afectará a su vez otros renglones del gasto y la inversión social, como la educación, que podrían dejar de ser prioritarios para un electorado conformado mayoritariamente por adultos sin hijos y ancianos. Por otro lado, una reducción de la oferta de trabajo podría presionar los salarios al alza, y por esa vía, afectar el dinamismo de la economía.
No hay panacea para tanto achaque. La inmigración quizá pueda amortiguarlos, al menos temporalmente. Pero la inmigración implica también algunos riesgos que está por verse si Europa está dispuesta a correr. +++