domingo, 25 de julio de 2010

El Gobierno soy yo (la concepción del poder de Álvaro Uribe Vélez)

Uno de los debates fundamentales de la filosofía política tiene que ver con una pregunta recurrente: "¿cuál es el mejor gobierno, el de las leyes o el de los hombres?". No cabe duda de que durante estos ocho años en el poder, el presidente Uribe ha demostrado más de una vez su preferencia por este último: por una manera de gobernar en que, aun sin subvertir el Estado de Derecho, prima una concepción personalista, carismática, algo plebiscitaria, paternalista, efectista y emocional del ejercicio del poder.

Este es uno de los legados incómodos, que al lado de otros muy positivos, tendrá que recibir el nuevo gobierno con beneficio de inventario.

En efecto: la omnipresencia presidencial, la idea de que su investidura se fundamenta en una amalgama de providencialismo y excepcionalidad individual, el permanente recurso a la "opinión" como fuente de legitimidad (y su exaltación como "fase superior del Estado de Derecho"), la preferencia por la limitación tuitiva de la autonomía antes que por la expansión de la ciudadanía, y su acentuada tendencia a la reacción inmediata, instintiva y personalizada en situaciones de crisis, están en las antípodas de un modelo institucional moderno, liberal, democrático y republicano.

En ocho años de Gobierno, varios fueron los intentos por reformar apartes fundamentales de la Constitución del 91. Siete reformas prosperaron en el Congreso, entre ellas, la reelección presidencial por una sola vez, que aplicó el propio Uribe; la segunda, la penalización de la dósis mínima de droga, un proyecto que había sido rechazado en varias oportunidades, y la reforma política, que surgió a raíz del escándalo de la parapolítica y que quita la curul a congresistas con nexos con la ilegalidad.

Paradójicamente, quizá sea el éxito de su esfuerzo por transformar la situación interna de Colombia el que inhiba el arraigo de esta dimensión del uribismo.

"Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas", dice el refrán. Uribe fue la respuesta desesperada que le dio a sus problemas una sociedad desesperada. Una respuesta cuya eficacia (a pesar de algunos y muy graves lunares) le permite ahora a Santos recibir un país en el que están dadas las condiciones no sólo para la prosperidad, sino sobre todo para la normalidad democrática, y por lo tanto, para ejercer el poder y orientar el gobierno de una manera radicalmente distinta. +++

(Especial para el diario El Tiempo, 25 de julio de 2010)

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