lunes, 9 de agosto de 2010

Colombia aprende



Ante el hecho cumplido no tiene ya sentido preguntarse —como el interesante editorial del Washington Post del viernes pasado— por qué quiso el presidente Uribe concluir su mandato con un nuevo enfrentamiento con el porfiado caudillo venezolano, Hugo Chávez. Quizá sus razones, como las de Carlos III para expulsar a los jesuitas de todos sus dominios, queden para siempre guardadas “en lo más profundo de su corazón”, al lado de otras encrucijadas que allá en el fondo nunca ha dado por resueltas.

Más importantes son las lecciones que Colombia haya podido sacar de este nuevo episodio de la crónica de desencuentros con el régimen del vecino país. Sobre todo en relación con los límites de los foros multilaterales como instancias de tramitación de conflictos. Éstos, a fin de cuentas, no son tribunales en los que la contundencia de las pruebas lo define casi todo, ni en los que un juez arbitra diferencias desde el pináculo de la neutralidad y la sujeción al derecho, ni en los que la intervención de terceros requiere su legitimación en la causa. Funcionan a veces, más bien, como un desordenado chat en el que cada quien cuenta la historia como quiere, en el que los argumentos no persuaden sino sólo en la medida en que convienen, y en el que con frecuencia las disputas de dos acaban siendo de tantos, que en lugar de resolverse se amplifican.

De poco sirven cuando falta la buena voluntad de una de las partes. Y “sentar el precedente”, en realidad, es un magro (y quizá costoso) consuelo. +++

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